Princesas

26.04.2011 23:37

 

Sinopsis

 

Ésta es la historia de dos mujeres, de dos putas, de dos princesas. Una de ellas se llama Caye, tiene casi treinta años, el flequillo de peluquería y un atractivo discutible, de barrio. Zulema es una princesa desterrada, dulce y oscura, que vive a diario el exilio forzoso de la desesperación. Cuando se conocen están en lugares diferentes, casi enfrentados: son muchas las chicas aquí que ven con recelo la llegada de inmigrantes a la prostitución. Caye y Zulema no tardan en comprender que, aunque a cierta distancia, las dos caminan por la misma cuerda floja. De su complicidad nace esta historia

 

 

 

Critica

 

Si me preguntan de que va el guión, es decir, cuál es el argumento que nos propone Fernando, les diré que el contenido puede resumirse en pocas frases, incluso en una: nos habla de una mirada hacia dentro de dos putas. Así, sin más, no hay más, no vayan a buscar aventuras, ni suspense, ni drama, ni comedia, ni siquiera ensayo, ni siquiera denuncia. Sólo me atrevería a definirla como un poema cinematográfico.
Si el contenido se define en una línea, el continente, la cualidad, la forma (que así construirá un riquísimo fondo) sería digno de más de una tesis doctoral.

Fernando reflexiona sobre dos subjetividades principalmente, pero que acaba uniéndonos a cientos de subjetividades, a miles, o tal vez nos acabe devolviendo a una solo, a la del conjunto de la humanidad. Caye (el nombre de la protagonista, de Cayetana, interpretada por Candela Peña) mira, y através de ella, todos miramos, un mundo que no entiende.
Cada gesto, cada mirada denota un sinsentido, una inocencia, una ingenuidad, y dolor.. mucho dolor.. pero dolor humano. Zulema (su compañera de reparto, Micaela Nevárez) representa una especie de "Sancho Panza" en los parajes cuyos nombres nadie quiere acordarse.
Práctica, realista, observadora del idealismo sin ideales de la ingeniosa hidalga Caye. Mulata de Santo Domingo que expresa en el film el desarraigo de esa inmigración que no viene a consumir paella y cervezas en los meses de verano ni a romper cabezas por los estadios de futbol y alrededores el resto del año. Inmigrante que se dedica a ser puta para que su hijo y su familia puedan ser personas. Caye, puta que se dedica a ser persona, y con ella, nosotros acompañándola.
Y entre las dos algo sencillo, una caricia a los brazos, una caricia y algún abrazo que llena toda la película, de atrás a delante y de delante atrás.

No hay violencia en la película, al menos gratuita, ni explícita, ni creo que nadie salga del cine diciendo -¡qué violenta!-, si bien en los ojos de los personajes, los buenos..los malos..los sin nombre, está llena de violencia, de violencia psicológica.
Igual que hay miedo psicológico en el cine, hay violencia, agresividad psicológica, aquella en la que por unos billetes y una corrida se humilla y se convierte en puro objeto, en pura cosa a una subjetividad que sin embargo, lucha en toda la película por mostrarse, simple, a brotes, ingenua, callada, y se nos muestra entonces toda esa poesía y toda esa subjetividad que habla como si de una gran filósofa se tratara, reflexionando como reflexiona un niño que sabe que hay cosas que la gente sabe y nunca se atreve a decirlas.

Personas y putas, miembros y familias, individuos y sociedad, violencia y amor... y la cámara de Fernando en un leve movimiento casi imperceptible que nos hace sentir que es nuestro ojo quien mira y quien se esconde en esas calles ( o esa plaza) cuyo nombre cambian todos los días.
Una especie de cine documento (que no documental) que nos enseña que la realidad también puede superar a la realidad. Ese juego de cámara que suspendida y con leve zozobra nos muestra una realidad social cruda y marginal y que cuando quiere que un rostro grite con su gesto y no con su voz, se acerca hacia el personaje para enfrentarnos a sus dos realidades; el individuo "sujeto" sujeto al objeto que la sociedad le devuelve.

No esperen a ver en las calles, ni en los interiores, ni en el sexo nada de ésto. Acompañen a la cámara hacia la mirada y el rostro de Caye y Zulema, porque ahí verán todo esto... y algunos, también a sí mismos.

Carlos Martín Fernández-Mayoralas

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