Hotel Rwanda

26.04.2011 23:54

 

Gracias a Dios, es una constante en la historia humana que en los momentos más terribles surgen también increíbles actos de heroísmo. Y eso da esperanza. Esta película habla de que los grandes males dan lugar a grandes bienes, y lo hace con una historia real, terrible e intensa, sucedida recientemente en África durante el genocidio de Ruanda.
 
Paul Rusesabagina es un ciudadano ruandés, de la etnia hutu, que regenta el Mille Collines, uno de los hoteles más prestigiosos de Kigali, perteneciente a la línea aérea belga Sabena. En medio de una situación social muy inestable, Paul, un tipo de buena posición social, inteligente y honesto, trabaja con empeño por mantener el orden y la calidad del servicio en su hotel, aunque ello le cueste algún pequeño soborno con las corruptas autoridades del país. Mientras tanto, la ONU se encuentra en Ruanda para mediar en el convenio de paz entre hutus y tutsis. Pero la paz nunca se hará realidad, ya que tras el asesinato del presidente estallará una tremenda guerra civil que dará lugar a uno de los peores genocidios del siglo XX. Muy pronto Paul se da cuenta del peligro que corre su propia familia, ya que su mujer es tutsi. Una noche dan comienzo los asesinatos indiscriminados por las calles; familiares y vecinos son masacrados por antiguos colegas; los tutsis caen a cientos por los machetes de los hutus. El odio es atroz e irracional. Paul conseguirá llegar hasta su hotel con su familia y allí sabrá que la ONU se desentiende del problema, mientras miles de tutsis buscan refugio en su hotel.
 

La cercanía de los acontecimientos juega a favor en una historia de la que la mayoría de los espectadores hemos sido testigos. El director Terry George hace que sintamos la impotencia ante el genocidio y que nos impliquemos en los acontecimientos, gracias a un guión preciso, que no decae en ningún momento y que no duda en criticar duramente a las ambiguas y cobardes potencias occidentales. Resultan impagables para el resultado final, las interpretaciones de Don Cheadle y Sophie Okonedo (nominados al Oscar), que transmiten una angustia impresionante y dan lugar a momentos de un patetismo difícil de igualar. La película evita caer en exhibicionismos macabros; eso sí, la brillante y sobrecogedora escena de la carretera del río vale por sí sola para quitarle a uno el sueño durante una semana.

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